Sobre los Trastornos de la Conducta Alimentaria

El cuerpo como espejo de lo no dicho

Con frecuencia pensamos en el cuerpo solo como un organismo que debe funcionar bien: un vehículo que hay que alimentar, ejercitar y mantener sano. Sin embargo, el cuerpo también habla cuando las palabras se callan. Se convierte en escenario donde se representan los conflictos que no nos atrevemos a mirar de frente.

Muchas personas recurren al control del peso, la apariencia o el rendimiento físico como una forma de manejar tensiones internas. El malestar emocional se traduce en dietas rígidas, horas excesivas de ejercicio o la obsesión por la imagen.

En otros casos, el cuerpo se convierte en blanco de descuido: falta de sueño, abuso de sustancias, conductas de riesgo. No es casual: cuando no sabemos cómo expresar el dolor, la rabia o el miedo, el cuerpo se convierte en refugio y prisión a la vez.

En realidad, lo que se tapa con estas conductas no son kilos ni arrugas, sino emociones: culpas que pesan más que cualquier balanza, duelos que duelen más que cualquier lesión, inseguridades que se esconden detrás de la ropa o del maquillaje. El cuerpo se transforma en un lenguaje alternativo para narrar lo que no logramos decir en voz alta.

El desafío está en recuperar la escucha. Preguntarnos: ¿Qué me está contando mi cuerpo con este cansancio crónico, con esta tensión en el pecho, con esta obsesión por la báscula o el espejo? ¿Qué conflicto interno estoy evitando mirar?

Cuando comenzamos a traducir esas señales, descubrimos que el cuerpo no es enemigo ni simple fachada: es un aliado que nos invita a dialogar con nosotros mismos.

Hablar de lo que duele no debilita; reprimiéndolo, en cambio, terminamos usándonos como escudo. La invitación es a reconciliarnos con nuestro cuerpo como mensajero y no como escondite. Porque detrás de cada síntoma, de cada exceso o cada carencia, hay una historia que merece ser escuchada.